Mientras Juan predicaba acerca del Mesías, Jesús vivía a más de cien kilómetros (62 millas) de la villa de Nazaret. Era un humilde carpintero, que se encargaba de su madre, sus hermanos y hermanas.
Luego Jesús viajó para conocer a Juan y ser bautizado por él. Juan conoció la bondad de Jesús y no quería bautizarlo porque pensaba: "Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" Jesús no tenía pecados qué confesar, no tenía necesidad del perdón. Pero él siempre cumplió el justo deseo de Dios. Le pidió a Juan que lo bautizara (Mateo 3:13-15). Cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu de Dios descendió sobre él. Una voz desde el cielo dijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Lucas 3:21-22). Juan se dio cuenta entonces de que Jesús era el Mesías. ¡Aquel que había estado esperando había llegado!
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí, porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma y permaneció sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo (Juan 1:29-33).
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