El primero de los Diez Mandamientos que Jehová entregó en el monte de Sinaí fue este:
"No tendrías dioses ajenos delante de mí" (Exodo 20:3).
Cuando nos enteramos de quién es el Señor, se torna fácil comprender por qué es indebido tener a otros dioses: nadie se puede comparar con Dios. Sí, existen algunos seres que tienen poder, pero todo su poder no hace más que señalar hacia el poder del Dios que los creó. ¡Ante él son totalmente impotentes!
Pablo ayudó a la gente para que se alejara de los dioses falsos. El escribió cartas a los que creyeron su mensaje. Aquí está lo que dijo Pablo:
"Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios" (1 Corintios 8:4).
"Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero" (1 Tesalonicenses 1:9).
"Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses" (Gálatas 4:8).