El primer día los dos discípulos conocieron la sinceridad de Jesús; fueron libres de conocerlo personalmente, él les dio la bienvenida. Ellos lo pudieron ver, hablarle y estar cerca de él.
Juan el Bautista estaba consciente del honor que se le debía a Jesús. Pero la grandeza de Jesús no le interrumpió en sus labores con la gente. En esto Jesús era diferente de la mayoría de los reyes. Él era pobre en cosas materiales (2 Corintios 8:9); algunas veces no tenía un lugar apropiado dónde dormir (Lucas 9:58). Estaba entre las personas ordinarias, recibía a todos, grandes o pequeños, hasta los niños eran bienvenidos.
Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía (Marcos 10:13-16).
Los pecadores encontraban a Jesús amigable. Él no tenía pecado alguno (Juan 8:46, Hebreos 4:15; 7:26); les enseñó a "arrepentirse", a renunciar al pecado (Lucas 13:3). Lo hizo tan claro que verdaderamente cuidó de ellos. Comió y bebió con las personas conocidas por sus malas vidas. Se le conocía como "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Lucas 7:34). Jesús estaba con la gente porque se preocupaba por ellos y los amaba. Esto explica por qué dedicó tanto tiempo a ayudar a quien lo buscara. Él ayudó a las personas sin importar lo grande que fueran sus problemas, y a pesar de estar muy ocupado con otras cosas importantes (Marcos 1:21-34, 2:1-13; 5:21-43; 7:24-30; 10:46-52).
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